¿Cómo me
habría comportado yo en una situación así?
Texto y fotos: Salvador Perches
Galván.
“Yo sabía que Alemania se encontraba en una terrible
crisis; me sentía responsable por la música alemana y mi misión consistía en sobrevivir
a esta crisis del modo en que se pudiera. La preocupación de que mi arte fuera
mal usado como propaganda del partido nazi ha de ceder a la gran preocupación
de que la música alemana debía ser preservada, de que la música debía ser
ofrecida al pueblo alemán por sus propios músicos. Este público, compatriota de
Bach y Beethoven, de Mozart y Schubert, aún teniendo que vivir bajo el control
de un régimen obsesionado con la guerra total... Posiblemente, nadie que no
haya vivido aquí en aquellos días pueda juzgar cómo eran las cosas.”
Wilhelm Furtwängler
Berlín,
1946, una ciudad destruida, la quintaesencia del fracaso, la consecuencia de la
guerra. Destrucción, desorientación, muerte; fin de una etapa. Construida sobre
escombros, Tomar partido intenta reflexionar
sobre la reconstrucción moral de la humanidad, la búsqueda de nuevos valores.
Asistimos
a los vericuetos y averiguaciones preparatorias para el juicio que llevará a
cabo la Comisión Antinazi para los Artistas. El comandante Steve Arnold, inspector
de seguros, recibe el encargo de investigar las implicaciones del director de
Orquesta Wilheim Furtwängler en la Alemania nazi de 1933 a 1945; para lo cual,
reúne información e interroga a diversos testigos de su vida.
El
espectador se ve sumido en un juicio donde es parte y testigo, de hecho no se
le da una solución, se le sitúa en la misma posición que los personajes: ¿Es
necesario tomar partido?. ¿Qué debería haber hecho Fürwangler? ¿Debió quedarse,
como hizo, o simplemente debió huir para no colaborar con aquel régimen?.
Tomar partido se
constituye como un debate sobre Arte y Política, sobre el hombre y el artista,
sobre las miserias y las grandezas del ser humano.
La
obra desafía al espectador por la búsqueda de la verdad ante dos actitudes, dos
maneras de enfrentarse a una realidad. La más común se encarna en Arnold,
personaje mostrado como un ser vulgar, agresivo, irritante, mal educado pero
persistente en la búsqueda de esa semilla capaz de dar cimiento a una sociedad,
la verdad, la responsabilidad y la justicia.
Y,
del otro lado, la seductora fascinación por la belleza musical de un
intérprete, director de orquesta genial y compositor, Wilheim Furtwängler,
capaz de revelar la grandeza de la música.
Entre
ellos, las contradicciones de otros personajes que de una u otra manera fueron
envueltos por los acontecimientos y formado parte de los mismos. Unos como Tamara Sachs o Helmut Rode, sobrevivientes,
admiradores del maestro pero a su vez recelosos de las ventajas que atesoraba.
Otros, educados y sensibles, como Emmi Straube y el Teniente David Wills, que,
por una parte, apoyan agradecidos al creador por haberles salvado del horror
descubriéndoles la emoción de la música y, por otra, no pueden evitar las dudas
de su comportamiento por su carácter de víctimas.
Basada
en hechos históricos, en un marco concreto se plantea un debate universal: ¿Es
posible aislar al arte de la política? ¿Se puede hacer un arte apolítico? ¿El
artista está por encima de los aconteceres políticos o por el contrario se ve
envuelto en ellos?
En
el ritual habitual del teatro el público obtiene una respuesta que le libera de
tomar partido. Como en el mejor teatro griego, aquí sucede lo contrario: las
dos posiciones tienen un gran sentido moral pero están totalmente contrapuestas
e implica a la sociedad para que examine su propia actitud respecto a cómo
afronta moral y socialmente su propia historia.
Hoy
¿tomamos posición y defendemos valores que regeneran la vida? o sencillamente
¿participamos en la degradación ética hasta lavar la cara de un sistema injusto
que cada cierto tiempo cobra sacrificios humanos para regenerarse?. ¿Acaso la
música no contiene la expresión de un sentimiento, la pasión de una idea, la
energía nacionalista de un pueblo, la religiosidad de un alma?, ¿Hasta qué
punto el Arte salva y regenera? ¿Qué vale más, la creación de una sinfonía o el
sacrificio de vidas humanas? Interrogantes cuyas respuestas quedan a
disposición del espectador.
¿Acaso Thomas Mann realmente cree que en la Alemania de
Himmler a uno no le debería ser permitido tocar a Beethoven? Quizás no lo haya
notado, pues la gente lo necesitaba más que nunca; nunca antes nadie anhelaba
tanto escuchar a Beethoven y su mensaje de libertad y amor humano como] estos alemanes,
que vivieron bajo el terror de Himmler.
No me pesa haberme quedado con ellos.
Wilhelm Furtwängler
Ronald
Harwood, de ascendencia polaca y hebrea, nació en Cape Town, Sudáfrica, en
1934. En 1951 se trasladó a Inglaterra, donde estudió en la Royal Academy of
Dramatic Art. Trabajó como actor profesional durante siete años y comenzó a
escribir en 1960. Desde entonces ha escrito numerosas obras de teatro, entre
las que destaca The pianist, El pianista,
llevada al cine por Roman Polanski, también escribió el guión de cine de su
obra, gran éxito en el West End y de Broadway, The Dresser (La sombra del actor)
que recibió cinco nominaciones a los premios de la Academia, una de ellas por
el mejor guión cinematográfico. Sus colaboraciones también se extienden a televisión
por ejemplo Mandela o El mundo es un escenario.
Tomar Partido se estrenó
en Londres en 1995 bajo la dirección de Harold Pinter y en Nueva York en
Octubre de 1996.
Wilhelm
Furtwängler: (Berlín, 1886- Baden-Baden, Alemania, 1954) Director de orquesta y
compositor alemán. Exponente de una manera subjetiva e hiper expresiva de
entender la interpretación orquestal, fue uno de los directores que mejor supo
expresar la grandeza épica y la emoción interiorizada de las grandes páginas
del repertorio romántico y tardorromántico germano, de los que fue un maestro
indiscutible. Sus versiones de Beethoven, Wagner, Bruckner o Richard Strauss,
muchas de ellas preservadas por el disco, superan el estadio de recreación para
convertirse en verdaderas creaciones.
Hijo
de un reputado arqueólogo, Furtwängler se formó en su ciudad natal. Después de
transitar por diversos teatros de ópera de segunda, en 1920 sucedió a Richard
Strauss al frente de los conciertos sinfónicos de la Ópera de Berlín. Dos años
más tarde hizo lo propio con Arthur Nikisch en la Gewandhaus de Leipzig y la
Filarmónica de Berlín. Su asociación con esta última formación llegaría a ser
mítica y se mantuvo intacta hasta la muerte del director, con una única y breve
interrupción después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Furtwängler, acusado de
colaboracionismo con el régimen Hitleriano, fue sometido a un proceso de desnazificación
durante el cual fueron prohibidas sus actuaciones. Su relación con el nazismo
es uno de los puntos más controvertidos de su biografía, ya que permaneció y trabajó
durante ese período en Alemania, pero ha de reconocerse que en más de una
ocasión se enfrentó a los jerarcas nacionalsocialistas para defender obras y
compositores condenados por el III Reich.
La historia del maestro Wilhelm
Furtwängler, una de las mejores batutas de su tiempo, adversario acérrimo de
Herbert von Karajan y perpetuo sospechoso de colaboración con los nazis (a
pesar de que manifestó públicamente su desprecio a Hitler y los suyos y de que
ayudó a numerosos judíos a salir de Alemania, su postura respecto al tercer
Reich se interpretó siempre como dudosa), sirve en bandeja en Tomar partido para emprender una profunda
reflexión sobre la posibilidad de independencia entre arte y política, con
especial énfasis, sobre el grado en que la aceptación de la permanencia junto
al lobo termina contaminando al cordero, por más que éste considere al primero
un criminal.
Impulsado por
una actitud más bien maniquea, Arnold intenta inculpar a Furtwängler de
colaboracionista ante la Comisión Antinazi, sin tener en cuenta que el único
error del director fue no rebelarse contra el régimen nazi para poder seguir
desempeñando su labor.
Esta obra fue
llevada en el 2001 al cine por el director húngaro István Szabó, en una
coproducción multinacional: Francia, Reino Unido, Alemania y Austria con Harvey
Keitel (Steve Arnold) y Stellan Skarsgård (Wilheim Furtwängler) como
protagonistas y obtuvo varias nominaciones a los Premios del Cine Europeo,
entre otros, el de Mejor actor a Stellan Skarsgård.
Antonio Crestani
brinda una lectura ágil, cautivadora, bien guiada entre los argumentos
principales y los secundarios, con claridad de exposición y que juega
acertadamente con intrigas y secretos. Humberto Zurita borda el mejor trabajo
de sus últimos años con un comandante Arnold soberbio, y Rafael Sánchez Navarro
refrenda su enorme calidad histriónica creando a un Furtwängler excepcional y
emocional. La escenografía es espectacular y eficaz. Aquí el teatro es de
altura.
El excelente equipo de actores
encabezado por Zurita y Sánchez Navarro, pone cuerpo a la poderosa escritura
del autor sudafricano. Los actores que acompañan a los protagonistas tienen un
desempeño acertado en sus participaciones: Marina de Tavira, Emmi Straube, la
secretaria del mayor, con un padre ejemplar pero con un secreto que empaña su
alma; Martín Altomaro, Helmuth Rode un músico dispuesto a todo por mantener un
status; Stefanie Weiss, Tamara Sachs, mujer desesperada por el destino de su
marido, y Sergio Bonilla, Teniente David Wills, un soldado queriendo hacer bien
su trabajo.
Crestani ofrece un montaje limpio y
preciso permitiendo que los personajes se muestren, a través de estos grandes
actores. El mismo autor propone un sencillo espacio de una oficina, donde
suceden las vibrantes confrontaciones tanto a nivel intelectual como emocional.
¿Cómo me habría
comportado yo en una situación así?
Tomar
partido tiene lugar en una Berlín arrasada por las bombas de los
aliados.
Es el confortamiento
entre los vencidos y los vencedores.
Whiliam Furtwängler, uno de los directores
más famosos del mundo es sometido a un abrumador interrogatorio por Steve
Arnold, un oficial del Ejército de EE.UU.
Arnold fue elegido por este
trabajo por dos razones: detesta la música clásica, y nunca había oído hablar
de Furtwängler,
cosas que en los ojos de sus superiores garantizan su imparcialidad.
Arnold es muy celoso con su
trabajo. Esta decido a “atrapar”
al famoso director. Arnold considera a todos los
alemanes como “pedazos de mierda” o “degenerados”, se formo esta opinión después de ver las atrocidades de Bergen-Belsen;
tiene pesadillas y el olor la carne quemada no lo deja en paz.
Así que él considera
su caso no como un proceso de desnazificación (librar la cultura y el arte de la ideología
nazi; permitir que solo los artistas “limpios”
sostengan espectáculos) sino como una investigación criminal.
Parece estar motivado
no solo por la justicia sino por un deseo de venganza y durante el proceso hace
preguntas muy difíciles de ignorar
¿Hasta a qué punto el arte salva y regenera?
¿Es el arte más importante que el sacrificio
de las vidas humanas?
Su manera de tratar a Furtwangler
ofende a sus asistentes su secretaria lo acusa directamente de
comportarse como un nazi: “Fui interrogada por la Gestapo de una manera similar. Exactamente así
como Ud. Lo interroga a él”
Emmi es uno de los
pocos alemanes de los cuales Arnold tiene una buena opinión: es la hija de un
oficial alemán asesinado por Hitler, al ser involucrado en el famoso atentado
de 20 de Julio 1944.
El otro asistente, David Wills un teniente Americano de origen judío-alemán, que
de niño fue llevado por sus padres a un concierto de Furtwängler; y recuerda
que su música lo “transporta” a otro mundo.
Tamara Sachs, viuda de un músico
judío al que se supone que Furtwängler lo haya ayudado a escapar
de Alemania nazi. A pesar de ser desequilibrada mentalmente Tamara dice una de las grandes verdades de las obra: ¿Descubrir la verdad?, ¿Quien tiene la verdad?: Los vencedores; Los
vencidos; Las víctimas; Los muertos. La verdad ¿de quién?”
Helmut Rode segundo violinista
en la Filarmónica de Berlín y espía del partido nazi, un oportunista que sabe
transformar cualquier situación a su favor, le da al mayor Arnold la clave para atacar a Furtwängler: Pregúntele sobre su vida privada.
¿Por qué Tomar partido?
El mismo autor lo
dice:
Escribí Tomar partido sobre este caso de Furtwängler
precisamente por su ambigüedad. Estoy harto de los
juegos, películas y libros que tratan el tema en blanco y negro. Los malos
alemanes y los buenos aliados.
Estoy interesado de
las “zonas grises”
y el caso de de Furtwängler era precisamente
así. Elegí un músico porque la música es un lenguaje universal que no tiene
fronteras y no necesita traducción. Siempre me ha gustado la música y sobre
todo la música clásica alemana.
Con excepción de Furtwängler ninguno de los otros personajes está basado en
uno real. He tenido las transcripciones del proceso y mi intención fue de no distorsionar y respetar los argumentos de Furtwängler (su viuda
Elisabeth me ayudo en esto).
Su principal
argumento viene al final de la obra cuando pregunta a Arnold:
“¿Qué clase de mundo busca, Mayor? ¿Qué clase
de mundo quiere? ¿En verdad no cree en el poder del arte para transmitir
belleza, dolor y triunfo?
Llamé la obra Tomar partido
porque yo estaba decidido a no tomar partido. Nunca voy a decir cuál fue mi
elección o de qué lado estoy. Quiero que el público sea quien
decida por sí mismo.
Es la pregunta de
David, al final de la obra, aquella que yo quiero que cada uno se haga.
¿Cómo me habría comportado yo en una
situación así?
El teatro es de todos. ¡Asista!
Muy recomendable.
Tomar
partido De:. Ronald
Harwood
Dirección: Antonio
Crestani.
Actuación:
Rafael Sánchez Navarro, Humberto Zurita, Marina de Tavira, Sergio
Bonilla, Martín Altomaro y Stefanie
Weiss.
Foro Cultural Chapultepec, Mariano Escobedo 665, colonia
Anzures.
Viernes 20:45 horas, sábados 18 y 20
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