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VERSOS PARA CONVOCAR HOMICIDAS, de David Gaitán


Acto criminal con elementos propicios a las proyecciones de cada espectador

Texto y fotos: Salvador Perches Galván.



Al anochecer del 2 de febrero de 1933, el señor René Lancelin, abogado y vecino de la ciudad de Le Mans, Francia, había llamado repetidamente por teléfono a su mujer y a su hija sin obtener respuesta. Al arribar a su hogar, la puerta principal tenía el cerrojo echado por dentro y la de servicio había sido atrancada. Sólo una débil luz se escapaba por las rendijas de la ventana del cuarto de las criadas, Christine y Lea Papin, que llevaban siete años al servicio de la familia. La policía forzó la entrada y penetró en la casa. En su seco lenguaje esto es lo que vieron: "Los cadáveres de la señora y la señorita Lancelin yacían en el suelo espantosamente mutilados; el cadáver de la señorita estaba boca abajo, la señora yacía boca arriba, con los ojos arrancados, sin boca ni dientes. Las paredes estaban cubiertas de sangre”.

En el segundo piso, refugiadas en el fondo de su lecho y pegadas una a la otra, las dos sirvientas confesaron haber cometido el doble asesinato de sus patronas. Christine lo narró así: “No me arrepiento de nada, o no sé si me arrepiento. Prefiero haberlas matado antes de que ellas nos mataran a nosotras. No hemos premeditado nada. No odiaba a la señora, pero no toleré el gesto que tuvo conmigo".



Esta crónica policial, publicada en la primera plana del periódico local, La Sarthe, abría el misterio del caso “Lancelin-Papin”, misterio que daría lugar, durante medio siglo, a las más diversas interpretaciones y a polémicas entre expertos, pero también a creaciones literarias, cinematográficas y, finalmente, a la instalación de toda una iconografía, lo cual permitió que cada uno atribuyera al crimen el color más conveniente para sostener su doctrina o su fantasía.

Terminada la faena, las hermanas limpian sus herramientas de trabajo, las vuelven a colocar cuidadosamente en su lugar, preocupadas por el orden, se lavan, se deshacen de sus ropas ensangrentadas y, cuando por fin está todo ordenado, en su lugar, intercambian este comentario:“Quedó todo limpio".

Luego, la confesión sin reticencias, de estilo provocador. Es Christine quien dice: “Mi crimen es suficientemente grande para que yo diga las cosas como son". Después, nada más; salvo las súplicas de ambas para que les permitan permanecer juntas, siempre juntas, no piden nada más.

¿Quiénes eran las hermanas Papin?, fueron hijas de Clémence, madre que no cría ni a Christine ni a Léa, sino que las coloca, las desplaza a su gusto a lo largo de toda la infancia y la pubertad de las niñas, hasta que entran en la casa de los Lancelin.

Christine tiene sólo veintiocho días cuando su madre, se la confía a Isabelle, una cuñada soltera. Christine pasa junto a Isabelle siete años, cuyo curso Clémence interrumpe para internarla en el Instituto del Buen Pastor con Emilia, la hermana mayor. Sí, las hermanas Papin eran tres y no dos.



Christine ya ha alcanzado la edad de trabajar, de ganar su propio dinero, de modo que Clémence la coloca en una casa de familia. Y durante varios años la coloca y la retira de varias casas. Pronto le llega el turno a Léa, cuya infancia responde a un esquema similar al de Christine: al mes, Clémence se la da a criar a una tía suya y al tiempo se la lleva de vuelta a su casa para internarla en el orfelinato de Saint-Charles hasta los 13 años, edad en que la retira pues ya la considera apta para trabajar.

Clémence, coloca a Christine en la casa Lancelin, la muchacha tiene entonces 20 años y ha depositado todo su afecto en su hermana menor, Léa, de 16. Christine quiere verla, tenerla siempre a su lado, hasta tal punto, que le pide a la señora Lancelin que la contrate para asistirla, para ayudarla en las tareas hogareñas. La señora Lancelin acepta: Christine será cocinera y gobernanta y Léa, camarera.

Bien alimentadas, bien albergadas, bien tratadas, serán en aquella casa lo que siempre fueron: empleadas domésticas perfectas, limpias y honestas.

Mantienen una actitud distante con todo el mundo, pero son amables y deferentes; serán, hasta último momento, verdaderas “perlas” envidiadas a los Lancelin por todos sus amigos; “sirvientas modelo”.




Detenidas desde el momento de confesar el crimen, Léa y Christine son trasladadas a la mañana siguiente a la cárcel, donde se las instala en celdas separadas. Durante las primeras semanas de aislamiento, las declaraciones de una y otra serán siempre réplicas, en el sentido de copia, idénticas.

A partir de abril, las crisis de Christine pasan a ocupar el primer plano. Crisis cuyo motivo es Léa. A gritos reclama que le “den a Léa”, le llevan a Léa a su celda, cuando Christine la ve, se precipita sobre ella, la toma en sus brazos, la aprieta, la ahoga. Léa está a punto de desmayarse, después de aquel abrazo, que sería el último, Christine se hunde en un desconocimiento total de Léa. Hasta el momento de su muerte, nunca volverá a reclamarla, nunca volverá a nombrarla.

Aparece en Christine un delirio místico que la invade desde entonces. Con total indiferencia recibe de rodillas el veredicto que la condena a muerte, por guillotina. Deja su suerte a la mano de Dios, muere el 18 de mayo de 1937, no decapitada, sino en el manicomio central de Rennes, muerte a la que se abandonó desde aquella noche de julio en la que se separó para siempre de su hermana.

Léa, condenada a diez años de trabajos forzados, sale de la prisión en 1943, después de haber mantenido una conducta ejemplar, y regresa junto a su madre, Clémence, en cuya casa vivirá hasta el fin de sus días. Léa murió en 1982. Tal es la historia de las hermanas Papin, hijas de Clémence: Emilia sería para Dios, Christine para la locura y Léa para su madre.

¿Sería aquel 2 de febrero el único momento de su lúgubre y honesta existencia en que salieron fuera de sí mismas y escapó de ellas ese mortal furor que, sin saberlo, dormía en su pecho?.

Crimen “insensato, inusitado, inexplicable” vinculado a la vida cotidiana “inmensamente banal” de las dos sirvientas modelo en una familia burguesa de Le Mans en 1933. ¿Qué son las hermanas Papin? ¿Criminales, víctimas, heroínas, psicópatas?, el acto criminal de las dos hermanas contenía elementos propicios a las proyecciones de cada espectador.

Una canción popular, compuesta durante el proceso, exigía al tribunal criminal el cadalso para las “homicidas”. El otro bando, el de la intelligentsia marxista y surrealista, se apropia de la noticia policial. Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir transforman a las hermanas en “víctimas” de la lucha de clases. Simone de Beauvoir escribe: “Sólo la violencia del crimen cometido nos da una medida de la atrocidad del crimen invisible, en el que, como se comprenderá, los verdaderos asesinos ‘señalados’ son los amos”. Eluard y Benjamin Péret, desde mayo de 1933 las evocan como “ovejas descarriadas” salidas de un “canto de Maldoror”. También el joven psiquiatra Lacan se apropia de la noticia policial que convulsiona a Francia y Jean Genet se inspira en ella para escribir su obra de teatro Las criadas.



Inspirado en el caso policial y en la pieza dramática del poeta maldito, el joven y talentoso dramaturgo David Gaitán crea, ex profeso para Claudia Trejo, Guadalupe Damián y Priscila Imaz, actrices y Matías Gorlero, director, el inquietante texto Versos para convocar homicidas, poético titulo para tan acertada puesta en escena, en donde, el espectador tiene una participación “estelar”.


Gaitan, pese a su juventud, es un buen conocedor del arte teatral en varias de las partes que lo conforman, como actor, director, productor y dramaturgo, que es el caso que ahora nos ocupa, y así lo demuestra con el ingenioso juego escénico que plantea, en donde establece saltos de espacio y tiempo para invitarnos a entrar a la intimidad de las hermanas, Lea y Christine que, en otro tiempo, vivieron encerradas en la casa de La señora, quien construyó para ellas un mundo alterno, ficticio, alejado del real. Cansadas de permanecer aisladas de lo que sucedía fuera de la casa, las hermanas toman una decisión para la mujer que las mantenía privadas de su libertad: matarla.

Versos para convocar homicidas habla, de lo qué sienten y viven dos mujeres que han estado encerradas toda su vida en un solo lugar. Bajo la premisa de ¿qué sucedería si en la actualidad se rencontraran las hermanas Papin con La señora?.

2012, en la intimidad de la caja negra del foro La Gruta, del Centro Cultural Helénico, las dos hermanas esperan en silencio a que el público se vaya. La Señora las mira y sabe que eso no sucederá, que el público acudió para conocer los terribles secretos que oculta su historia y que están por revelarse.

La historia de las tres mujeres no se desarrolla en el futuro, la intriga se encuentra en el pasado… ¿Qué paso entre estas dos hermanas y su ama?.

Resolver un dilema que quedó sepultado en el polvo y olvido del pasado, constituye la vena dramática entre las hermanas Lea y Christine y La Señora, donde el espacio escénico será el detonante de su existencia. Estar ahí sobre el escenario y ser visibles para el público les permite hablar, de su crimen y el móvil del mismo.



Hoy, las tres aparecen en un tiempo y espacio distintos, han vuelto para responderse muchas preguntas sobre su historia en común y a romper la cuarta pared con el espectador, a cuestionar el libre albedrío del ser humano.

Con gran capacidad histriónica Claudia Trejo, Guadalupe Damián y Priscila Imaz, echan mano de todos sus múltiples recursos bajo la batuta del director Matías Gorlero, también responsable de la iluminación, para llevar a escena además de esta inquietante historia, su deseo de trabajar de manera independiente sin necesidad de ser convocadas por otros productores. Un notable trabajo escénico en donde producción, dirección dramaturgia y actuaciones están al tope, en beneficio del espectador.

Versos para convocar homicidas es el primer proyecto de la compañía JaBu Teatro, el cual surge del deseo de encontrar un discurso teatral con el cual se establezca una estrecha relación de trabajo, que permita transportar al espectador al mundo interior de cada personaje, donde las preguntas más absurdas y provocadoras cuestionan el libre albedrio del ser humano.

Esta impecable puesta en escena, es sin duda alguna, una excelente muestra de teatro mexicano contemporáneo.

¿Podrías abandonar la sala sin saber lo que ocurrió?


El teatro es de todos. ¡Asista!


Teatro moderno y propositivo absolutamente recomendable. 

Versos para convocar homicidas. De: David Gaitán.
Dirección: Matías Gorlero. 
Actuación: Claudia Trejo, Guadalupe Damián y Priscila Imaz. 
Sala Xavier Villaurrutia, del Centro Cultural del Bosque. Reforma y Campo Marte s/n, atrás de Auditorio Nacional, Metro Auditorio Nacional.
Jueves y viernes 20 horas, sábados 19 y domingos 18 horas. Del 17 de enero al 10 de febrero.




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