Medea
y Jasón en el diván.
Texto y fotos: Salvador Perches
Galván.
"Imagínate
la persona que más daño te ha hecho en la vida;
imagínate
que tienes a esa persona a tu merced;
le
puedes dar el pase para que se reencarne,
se
redima o se olvide de todo eso.
Pero imaginemos que esa persona es a la que tú
más daño has hecho.
Enciérralo
en una habitación y tienes Purgatorio.
Ariel
Dorfan
Ariel Dorfman es un activo defensor
de los Derechos Humanos y Profesor Distinguido en la Universidad de Duke. Nacido Vladimiro Ariel Dorfman Zelicovich en Buenos Aires, el 6 de mayo
de 1942 en Argentina, Ariel Dorfman,
hijo de Adolfo Dorfman y Fanny Zelicovich, pasó parte de su infancia
en los Estados Unidos, estableciéndose en Chile en 1954. En 1965, obtuvo la
Licenciatura en Literatura comparada en la Universidad de Chile, y en 1967
adoptó la ciudadanía chilena.
En 1971, junto a Armand Mattelart,
escribió Para leer al Pato Donald, donde describen los componentes
ideológicos de los dibujos animados de Walt Disney, valiéndose del marxismo y
el psicoanálisis.
Colaboró con el gobierno de Salvador
Allende y después del golpe de estado de Augusto Pinochet se exilió en Francia
y posteriormente en los Estados Unidos.
Quizá este constante exilio explique
que en su teatro aborde un tema recurrente: el de los exiliados y los
refugiados, el de las víctimas y los verdugos.
Ahí comenzó una idea que fructificaría en La muerte y la Doncella y posteriormente en Purgatorio, el cual ha sido un texto en revisión continua por parte
de Dorfan.
Ha escrito cuentos, novelas, poesía y teatro. Como
dramaturgo figuran
sus obras: Viudas, Lector, Voces Contra el Poder y El
otro lado. Su obra más famosa es La muerte y
la doncella (1990), la obra chilena más representada en el mundo, que trata
del encuentro de una víctima de la tortura con el hombre que cree la ha
torturado, fue
dirigida en Broadway por Mike Nichols, con Glenn Close y Gene Hackman. Dorfman identificó como tema central de ella: la cruda y dolorosa transición chilena a la democracia. Fue llevada al cine en 1994 por Roman Polanski con las
actuaciones de Sigourney Weaver, Ben Kingsley y Stuart Wilson, en nuestro
país se llevó a escena con Jacqueline Andere, Rogelio Guerra y Guillermo
Murray, dirigidos por José Luis Ibáñez.
Su novela Viudas (1981) sirvió
de base para la ópera homónima (1990) de Juan Orrego-Salas.
Sin embargo, su mayor actividad ha
sido como ensayista. Se ha destacado en su análisis tanto de la cultura
popular, en particular por su visión crítica de la ideología subyacente en
algunas historietas, como de la mentalidad artística latinoamericana.
Otra de sus colecciones es Imaginación
y violencia en América (1970), en donde el autor analiza la mentalidad
artística iberoamericana con estudios sobre textos como Hombres de maíz,
Cien años de soledad, Pedro Páramo, o bien las obras de Borges,
Alejo Carpentier, José María Arguedas, Juan Rulfo y Vargas Llosa.
Es autor de Purgatorio,
la obra que actualmente protagonizan Edith González y Julio Bracho en el Teatro
Libanés, dirigidos por Salvador Garcini.
Un hombre con bata blanca y una mujer.
Un espacio blanco, frío, que lo mismo puede ser salón de interrogatorios,
consultorio psiquiátrico o sala de torturas. El mobiliario, escaso: Dos mesas,
un banco, una silla y una cama. No se trata de un lugar agradable. Los dos
personajes hablan, guardan silencio, discuten, se desafían, se irritan, rompen
el diálogo, lo reanudan. La mujer no facilita la tarea de elaborar un informe
cuyo contenido, junto a la grabación de las conversaciones, el hombre debe
entregar a unos superiores, de los que nunca nada sabemos.
¿Quiénes son este hombre y esta mujer?
Las posibilidades pueden ser varias: ¿Un psicólogo y su paciente?, ¿Un policía
que trata de esclarecer algún asunto importante?, ¿Un confesor y la pecadora
que se confiesa ante él para obtener la redención?, ¿Un torturador y su
víctima? Todas estas cuestiones y relaciones son abordadas con frecuencia en el
teatro posdictatorial chileno y argentino. A medida que la acción avanza se abren
nuevas vías de interpretación. Hay un intercambio de papeles, ahora Ella lleva la bata y el control del
diálogo y él asume el papel de interrogado. Es solo un paréntesis, porque,
vuelven al esquema inicial. Crecen las dudas sobre la identidad de los personajes,
pero poco a poco las vamos despejando. Estamos ante una Medea contemporánea, que, como la helénica, ha asesinado a sus
propios hijos en un acto de venganza provocado por el rechazo de su esposo, que
ha decidido unir su vida a una mujer más joven que ella, como Jasón.
En ningún momento son mencionados los nombres de los
trágicos personajes. El dramaturgo se ha referido a relaciones de dominio, a
seres que causan daño: Hace mucho tiempo
me imaginaba la idea de un par de personajes en el más allá, enfrentándose unos
a otros. Cuando empecé a escribir esta obra, no sabía quiénes eran
ese hombre, aquella mujer, solo que se estaban enfrentando, solo que no podían
escapar de su destino en el más allá sin la ayuda del otro. Me daba vueltas un más allá en el que se
interrogaban dos personas, pero que la persona interrogada desconocía la
identidad del otro. Además, me hacía la pregunta acerca de la vida posterior de
Medea; me interesaba mucho ese personaje, la mujer que mata a sus hijos con
tanta furia que termina quemándose como un mito en la memoria de la humanidad.
Cuando empecé a escribir Purgatorio, sólo tenía un hombre y una mujer…. Sabía
cómo hablaban, se movían, se miraban: sus ritmos íntimos, pero de repente me di
cuenta de quiénes eran y desde ahí pude ir armando algunas preguntas
fundamentales: ¿Es posible la redención? ¿El amor sobrevive a la tragedia?
¿Cómo son las reglas del más allá? ¿Cómo se dobla y desdobla el tiempo en un
lugar purgatorial?. Aunque ese mito resuena en la vida y la memoria de mis
protagonistas, darles esos nombres específicos podría limitar su significado,
restringir su encarnación de una vasta humanidad contemporánea, aquello que
representan, los problemas nuestros cotidianos de que se hacen eco y espejo.
Sentimientos de culpa, heridas abiertas, justicia, venganza,
olvido,
redención, compasión, perdón. De
eso hablan los dos personajes a puerta cerrada, en un lugar al que da nombre el
drama: el purgatorio. Ellos son los
protagonistas, pero también lo es el miedo que les atenaza. En cierto modo, ese
es el debate al que nos enfrentamos los mexicanos en la hora de la violencia
generada por y contra el crimen organizado.
Lo que Purgatorio plantea es
que ambas partes necesitan entrar muy a
fondo adentro del enemigo para entenderlo, comprender desde dónde viene la
violencia que impulsó, si vamos a superar el odio. Pero claro que el
perdón no es posible sin un verdadero arrepentimiento, sin reconocer el daño
que se hizo. Y a veces ni siquiera en ese caso.
Una vez que
tienes la confesión, una vez que tienes el culpable, una vez que alguien te ha
hecho un daño terrible, ¿qué haces con esa persona? ¿Y si Hitler estuviera
frente a ti, o la persona que detuvo a tu hijo, que te exilió, o que mató a tu
mejor amigo, alguien que te arruinó la vida? Mi respuesta era siempre: yo no buscaría castigar, sino poner a
esa persona frente a frente con su víctima. Yo me imagino casi una eternidad de
enfrentamiento para que esa persona entendiera aquello que había hecho.
El deseo de
la venganza por entendible que sea es un veneno. Y este hombre y
esta mujer necesitan deshacerse de ese veneno. Es una cuestión de
supervivencia. Sin ese perdón, no podrán salir del purgatorio imaginado por
Dorfman. El autor dibuja las líneas que sirvan de guía: Ofrezco al espectador ir al más allá y los entierro con dos personajes cuya identidad depende el uno del otro.
Si ellos quieren reencarnarse, es decir, sacarse de encima todos los malos
recuerdos que tienen, tienen que perdonarse mutuamente. Es como un juego terrible, maravilloso y esperanzador. ¿Se
atreven?
Para Ariel no sólo se trataba de una teoría, sino de una experiencia en carne
propia con motivo de su exilio tras el golpe de Pinochet en Chile.
Al salir de Chile como exiliado era un ser humano lleno de cólera con
deseos de refundar el mundo y sin querer entender al enemigo. Estaba en París y
sin dinero. Me mandaban los periódicos de Chile. Un año después del Golpe, en
uno de esos periódicos se le hacía una entrevista a Gustavo Leigh (comandante en
jefe de las Fuerzas Aéreas de Chile),
quien había torturado y matado a muchos amigos míos. Decía que le gustaban los
cuartetos tardíos de Beethoven. A mí
también me gustaban. Tiré el periódico al suelo y dije: "qué va a
gustarle Beethoven a este hijo de
puta". Miré la revista en el suelo y, viendo que había algo común
en mí con él y era Beethoven, me
dije: "¿no es más interesante si comparto con él el gusto por estos
cuartetos?".
Entonces la humanidad se me apareció más compleja. Cuando se deshumaniza
al otro, se imposibilita la solución de un reencuentro.
Como ya es costumbre,
el productor y cabeza del proyecto que se lleva a cabo en el Teatro Libanes
desde hace algunos años, Daniel Gómez Casanova, nos ha obsequiado
con interesante propuestas escénicas, partiendo de textos de incuestionable
valor, puestos en escena por experimentados y propositivos directores, e
interpretados por figuras “·comerciales”, que no se les relaciona con teatro de
mayor calidad al ofrecido por insulsas comedietas sin pretensiones artísticas,
y a quienes este audaz productor ha brindado la oportunidad de demostrar que
son mucho más que figurines televisivos, refrendando esta política teatral con
el proyecto que ahora nos ocupa, tal y como sucedió con la propia Edith en su
anterior temporada teatral, también de la mano de Gómez Casanova, en donde se
dio un mano a mano con Rosa María Bianchi en Buenas noches. Mamá. Enhorabuena a este emprendedor equipo de
trabajo comandado por Daniel Gómez, que ha dado valiosos resultados en términos
artísticos y, suponemos, también económicos.
Edith González, retorna a los
escenarios con este potente texto demostrando la experiencia adquirida tanto en
las tablas como frente a las cámaras, ya sea, televisivas o cinematográficas,
acompañada de Julio Bracho, también relacionado mayormente
a la televisión, ambos ofreciendo impecables interpretaciones, dirigidos por el
irregular Salvador Garcini, quien en esta ocasión incluye al elenco,
la participación en vivo del guitarrista Rolf Petersen y de la violonchelista Ina Velasco en esta inquietante
puesta en escena.
El teatro es de todos. ¡Asista!
Muy recomendable.
Purgatorio
De: Ariel Dorfman.
Dirección: Salvador
Garcini.
Actuación:
Edith González y Julio Bracho. Música en vivo interpretada por Rolf Petersen en la
guitarra e Ina Velasco en el violonchelo.
Teatro Libanés. Barranca
del Muerto s/n entre Insurgentes Sur y Minerva. Metrobus José Maria Velasco
Teléfono 5661.81.30
Viernes 20.30 horas. Sábado 18.30 y 20.30 horas. Domingo 17.30 y
19.30 horas.
Boletos $500.00,
$350.00 y $200.00
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