Por México Legendario
La catrina interpretada por
Dorothy Anderson, relato MI SEÑOR DE IZTAPALAPA, del autor Jorge del Río, en el Foro Quetzalcóatl, Iztapalapa.
"...Ellos vinieron del
mar...los funestos presagios ya existían...arrasaron con todo, no fueron
clementes ni humanos. Subidos en aquellos animales gigantes que pensamos eran
una sola cosa, brillando el metal de su vestido, agresivo y enceguecedor, el
estrépito de sus armas, desconocidas por nosotros, tan letales, tan terribles y
su furia...su furia que parecía venida de la más oscura entraña...mi Señor
Moctezuma, Tlatoani y Sacerdote, pensó a ratos que regresaba el gran
Quetzalcóatl para vengar antigua humillación; de esta manera envío a ellos
regalos y manjares, ¿y qué hizo el señor malinche? tronar sus cañones,
encadenar a los enviados del Gran Señor, torturarlos y enviarlos de regreso a
la gran ciudad de Tenochtitlán...
Así pasaron las cosas, mientras más y más
enemigos nativos se les unían, pues hartos ya de dar tributo a los mexicas, se
dejaron engañar por el señor de las barbas y la espada reluciente, hasta que
llegaron aquí y también engañaron al Señor Moctezuma y le dieron prisión en su
propia casa. Sabiendo que tenía un aguerrido hermano, nuestro Gran Señor de
Iztapalapa, Cuitlahuac, también mandaron apresarlo, pero éste mostró habilidad
para embaucar a los engañadores y, viendo que el pueblo se levantaba contra
ellos, les propuso lo dejaran salir para calmar la furia del pueblo; ¿y qué fue
lo que hizo nuestro Gran Señor de Iztapalapa? ¡levantar a todos contra los
tiranos venidos del mar, que sólo tenían por idioma su voraz fijación en el
metal amarillo, y fue así que se levantaron al grito de "¡muerte a los
Teúles!" y con fiereza mayor y justa sacaron a los españoles de la gran
ciudad, siendo el jefe de combates nuestro Gran Tlatoani, nuestro Gran Señor de
Iztapalapa, Cuitlahuac, siendo así que dicha batalla la llamaron ellos "la
noche triste" mientras nuestro Señor sacrificaba a todos los prisioneros
del malinche, cogidos en el Palacio de Axayácatl...pero no todo sería alegría.
El hombre barbado trajo entre sus huestes a otro de color negro que padecía
horrorosa enfermedad que llamaban viruelas y para aflicción de nosotros, se
contagió nuestro gran Señor de Iztapalapa, nuestro Gran Tlatoani, a la edad de
44 años. Ahora lo recordamos con respeto y veneración y no olvidamos sus
guerras hasta allá por tierras lejanas, donde se distinguió por su valor y por
su inteligencia.
¡Oh, piedra preciosa! ¡Oh, pluma rica! fuiste
formado en el Omeyocan, donde están el gran Dios y la gran Diosa, nuestros
padres, Ometecutli y Omecíhuatl.
¡Oh, Gran Señor de Iztapalapa! ¡Oh. Gran
Tlatoani de Tenochtitlán! he aquí tu oficio, de valor, de fuerza y de grandeza.
¡Oh, Gran Señor de Iztapalapa!"
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