Por Marlene Logo
(Marlene López
González)
En la
mayoría de los pueblos surgen las historias más trilladas, es decir, las más
comunes y sabidas. Donde los secretos se consumen entre la frivolidad de
quienes los saben y prefieren callar por conveniencia. Sin importar el contexto,
siempre será más interesante unir los ejes de las vidas ajenas, que las
propias; o mejor aún, culpar a los padres de nuestro destino o desequilibrio
emocional, sin respetar que ellos también tienen derecho a rehacer su vida.
Sin
entrar al melodrama, desde un enfoque más social, puede ser una proyección sobre
la necesidad de permanecer en un lugar o emigrar a otro en busca de mejores oportunidades,
sin dejar de mencionar el interés de aquellos que prefieren regresar a sus orígenes,
ya sea por un ideal, un negocio o un amor.
“La geometría
del trigo” es una historia real, se la contó su madre al autor de la misma, el
director y dramaturgo, Alberto Conejero. Esta se estrenó en el 2019, en España.
Como un referente histórico, aunque puede ser intemporal por las temáticas
expuestas, hace referencia a los “charnegos”, como se les decía despectivamente
en Cataluña (Lérida, Gerona, Barcelona y Tarragona), a los emigrantes de habla
no catalana, que venían de otras partes de España; entre las décadas de los 50
y 70.
Después
de dos años de permanecer encerrados por motivos de la pandemia por el Covid-19,
el teatro abre sus puertas para reflexionar sobre aquello que nos dejó el
encierro. Del 26 de marzo al 16 de abril del 2022, se presentó “La geometría
del trigo” en la Ciudad de México, en la Sala Blas Braidot, del Foro Contigo
América; una producción de la compañía “La Bota Teatro”, bajo la dirección de
Williams Sayago. Un excelente trabajo que se reflejó en la actuación de cada
uno de los personajes; mejor dicho, gracias a los destacados actores y actrices
que hicieron posible que el público se conectara y fluyera con la historia.
Imagine
vivir en un pueblo antiguo en el que solo quedan unas cuantas familias, casonas
viejas, un molino abandonado y minas. Al mismo tiempo, imagine un entorno
urbano actual, pero no pierda de vista lo anterior. ¿Parece confuso? Espere a ver
el inicio de la obra, que es el cruce entre el presente, pasado o futuro; en
realidad, son todas a la vez. Esto se logra en un escenario de aproximadamente
2 x 4 metros cuadrados, con un cupo de 25 personas como público. Una escenografía
un tanto cálida y otro tétrica; ideal para que el espectador imagine los
elementos necesarios que cobran vida con el tono y ritmo de los diálogos.
Es la
historia quebrada; “el grano que es necesario trillar para poder consumirlo”.
Dicho lo anterior, trituremos esta historia, veamos que hay más allá de lo que
se puede ver en escena. Todo comienza cuando Joan (Uriel Ochoa) y Laia (Diana
Pompa), una joven pareja de arquitectos se enfrenta a una crisis en su relación,
en donde ella reclama la indiferencia de él; sin saber que va más que eso, es una
tristeza adquirida desde antes de nacer.
¿Qué muestra la obra? El abandono paterno, por una represión sexual descubierta por la esposa embarazada; y su repercusión en un hijo que cargará con las memorias dolorosas de sus padres, las cuales serán rebeladas, a partir de que se entera que el padre que jamás conoció, ha muerto. Beatriz está embarazada y tras enterarse de la homosexualidad de su esposo, Antonio, le suplica que no los busque y se marcha a vivir a Barcelona, algo de lo que probablemente se arrepentirá después.
Por su
parte, Emilia, la madre de Beatriz, una mujer con mucho carácter, y conocedora
de algunos secretos que pueden poner en peligro el matrimonio de su hija;
decide confrontar a su yerno y convencer a su hija que es mejor callar que el
quedar sola. Y, por último, Samuel, el mejor amigo de Antonio, que regresa al
pueblo después de muchos años. Durante el franquismo, sus padres emigraron a
Francia, y él vuelve ahora con la intención de montar un negocio… o recuperar
un amor.
Esa es
la historia, pero el trasfondo es la necesidad de un hijo por conocer la historia
de aquel hombre que, hasta los últimos días de su vida, se escondió bajo las últimas
minas de plomo de Jaén, una metáfora de como las personas se ocultan de aquello
que les avergüenza, muy parecido al trágame tierra.
Esta
historia no sería posible sin viajar a la tierra rojiza del sur donde esperan los
recuerdos e historias de otros hombres y mujeres que le darán un sentido a los
vacíos existenciales de Joan: Emilia (América Cabiedes), quien fue su abuela;
Antonio (Carlos Virgen), su padre; Beatriz (Martha Tapia), su madre, y Samuel
(Darío Guajardo), la pareja de su padre.
Más
que un viaje a un funeral, es el destape de pasado hacia una proyección al
presente, donde los personajes tendrán que escapar de una sociedad vieja y
prejuiciosa a una actual no tan distinta. Ahora solo queda una pequeña piedra y una
carta como herencia aún ininteligible; que servirán para que Joan y Laia logren
comprender la geometría familiar y así hacer un intento de empezar de nuevo y
de seguir juntos. Porque el vínculo nunca desaparece y siempre estamos a tiempo
de cuidarlo.
Es una
obra que va más allá de una relación matrimonial fallida y una homosexualidad
encubierta por el miedo al qué dirán; en realidad se puede ver como la huella
que deja el abandono paterno y el cómo repercute la depresión de un hijo que
añora tan solo la muestra de algún tipo de cariño de su padre hacia él. En sí,
es el reflejo del amor, el sufrimiento, las preguntas sin respuestas, la
lealtad y las mentiras que componen dos dramas paralelos, perfectamente
entrelazados. Una obra que es digna de verse, con una excelente actuación por
parte de la compañía “La Bota Teatro”; la exigente y reflexiva dirección de
Williams Sayago; así como el debut de América Cabiedes como gran actriz. Una
obra que más allá de la crítica teatral es un elemento de reflexión en la época
actual.
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